sábado, 28 de junio de 2008

Después de la jornada


Gonzalo abre la puerta y al dejar el saco sobre la mesa, mira el cenicero desbordándose. Uno de los escalofríos que acostumbra recorrerle la espalda cuando algo se acerca, lo hace ir directamente a la cocina. Hay una pila de trastes sucios. Se acerca a la habitación con pasos lentos para no hacer ruido, aún cuando presiente que no hay nadie en la casa.
Los tacones negros no están bajo la cama, y antes de abrir el closet desea con todas su fuerzas que la ropa de ella se encuentre allí.
El ruido de la llave en la puerta lo paraliza. ¡Ah, ya llegaste! Fui a comprar huevos. ¿Cómo te fue hoy?
Y el olor de la lluvia y esa voz tan cotidiana, le devuelven siempre otra vez la calma.