viernes, 18 de febrero de 2011
jueves, 19 de noviembre de 2009
domingo, 1 de noviembre de 2009
jueves, 30 de abril de 2009
domingo, 5 de abril de 2009
Cajita de Metal
cuando el crepúsculo se traduce en caja de pandora
y el tiempo guarda su espacio entre los caracoles
hay una tibieza que desentierra de los ojos
las auroras que se escapan con cada botón
de tu camisa que se abre
los pétalos que se desprenden del cabello
cada otoño-mediodía,
rescriben sobre el asfalto
las palabras que entre sueños
te conforman el cuerpo
que aparecerá en el espacio exacto
de mis huecos
en un aullar de noches
donde los ríos que desprendes
llueven los veranos,
borran las cicatrices de mi cuerpo
de las tardes de domingo
sólo me habla el colibrí de tu parpadeo,
y se quedan las alas de tu aroma
con las que sobrevivo la noche
y cuando los caracoles liberan el tiempo
en un exhalar de murmullo
parecido al del mar,
vuelven los peces a varar en la orilla
y las gaviotas se prenden las alas
en señal de que el tiempo ha sido vencido
ya sabes que esto no es una poesía,
sólo traduzco los rumores
de la cajita metálica
donde reposan espirales de caracol
y algunos fragmentos del tiempo
que quedó sobre la orilla.
y el tiempo guarda su espacio entre los caracoles
hay una tibieza que desentierra de los ojos
las auroras que se escapan con cada botón
de tu camisa que se abre
los pétalos que se desprenden del cabello
cada otoño-mediodía,
rescriben sobre el asfalto
las palabras que entre sueños
te conforman el cuerpo
que aparecerá en el espacio exacto
de mis huecos
en un aullar de noches
donde los ríos que desprendes
llueven los veranos,
borran las cicatrices de mi cuerpo
de las tardes de domingo
sólo me habla el colibrí de tu parpadeo,
y se quedan las alas de tu aroma
con las que sobrevivo la noche
y cuando los caracoles liberan el tiempo
en un exhalar de murmullo
parecido al del mar,
vuelven los peces a varar en la orilla
y las gaviotas se prenden las alas
en señal de que el tiempo ha sido vencido
ya sabes que esto no es una poesía,
sólo traduzco los rumores
de la cajita metálica
donde reposan espirales de caracol
y algunos fragmentos del tiempo
que quedó sobre la orilla.
Me recordó...
con dedicatoria,
ecos guardados,
para mirar texturas y sentir colores,
poesía
viernes, 17 de octubre de 2008
La Tetera
El silbido de la tetera humeante asusta a las palomas, y revolotean nerviosas cerca de la ventana al mismo tiempo las telarañas juegan con sus sombras entre las cortinas. La mañana le duele en las piernas, siempre, a pesar de las gruesas medias de lana, siempre, aunque llegue el mediodía.
En la cocina se han quedado los ecos de los niños: risas mientras juegan a las escondidas debajo de la mesa. Ella los extraña aunque no hayan sido suyos.
Sentada en su silla, cerca de la estufa, se da cuenta de que la cocina cada vez es más grande, y más fría. La úlcera que carga desde hace años no la deja comer casi nada, ni los dulces que tanto le gustan y que mejor regala a los niños cada que la visitan. Mira la canasta llena de ellos que espera sobre la mesa. El agua del fregadero le arruga más las manos, hace que le duelan los huesos hasta los codos. No sabe si su aparato para el oído se ha descompuesto o es el silencio el que la ensordece.
Con dificultad baja a su habitación, se acuesta en su cama que ya rechina más que de costumbre, sigue leyendo una de las novelas de vampiros que guarda en el ropero, junto con la pequeña cabeza de cocodrilo disecada que tanto les gusta ver a los niños. Un cotorro viejo sacude sus alas y se frota las pocas plumas que le quedan, ella le sonríe y le da la vuelta al casete de “los tres tenores”. Hoy también ha tenido frío, y espera como todas las noches que mañana al amanecer todo haya desaparecido.
En la cocina se han quedado los ecos de los niños: risas mientras juegan a las escondidas debajo de la mesa. Ella los extraña aunque no hayan sido suyos.
Sentada en su silla, cerca de la estufa, se da cuenta de que la cocina cada vez es más grande, y más fría. La úlcera que carga desde hace años no la deja comer casi nada, ni los dulces que tanto le gustan y que mejor regala a los niños cada que la visitan. Mira la canasta llena de ellos que espera sobre la mesa. El agua del fregadero le arruga más las manos, hace que le duelan los huesos hasta los codos. No sabe si su aparato para el oído se ha descompuesto o es el silencio el que la ensordece.
Con dificultad baja a su habitación, se acuesta en su cama que ya rechina más que de costumbre, sigue leyendo una de las novelas de vampiros que guarda en el ropero, junto con la pequeña cabeza de cocodrilo disecada que tanto les gusta ver a los niños. Un cotorro viejo sacude sus alas y se frota las pocas plumas que le quedan, ella le sonríe y le da la vuelta al casete de “los tres tenores”. Hoy también ha tenido frío, y espera como todas las noches que mañana al amanecer todo haya desaparecido.
Me recordó...
con la frente marchita,
cuento,
la fiesta siempre termina en la cocina
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