viernes, 17 de octubre de 2008

La Tetera

El silbido de la tetera humeante asusta a las palomas, y revolotean nerviosas cerca de la ventana al mismo tiempo las telarañas juegan con sus sombras entre las cortinas. La mañana le duele en las piernas, siempre, a pesar de las gruesas medias de lana, siempre, aunque llegue el mediodía.
En la cocina se han quedado los ecos de los niños: risas mientras juegan a las escondidas debajo de la mesa. Ella los extraña aunque no hayan sido suyos.
Sentada en su silla, cerca de la estufa, se da cuenta de que la cocina cada vez es más grande, y más fría. La úlcera que carga desde hace años no la deja comer casi nada, ni los dulces que tanto le gustan y que mejor regala a los niños cada que la visitan. Mira la canasta llena de ellos que espera sobre la mesa. El agua del fregadero le arruga más las manos, hace que le duelan los huesos hasta los codos. No sabe si su aparato para el oído se ha descompuesto o es el silencio el que la ensordece.
Con dificultad baja a su habitación, se acuesta en su cama que ya rechina más que de costumbre, sigue leyendo una de las novelas de vampiros que guarda en el ropero, junto con la pequeña cabeza de cocodrilo disecada que tanto les gusta ver a los niños. Un cotorro viejo sacude sus alas y se frota las pocas plumas que le quedan, ella le sonríe y le da la vuelta al casete de “los tres tenores”. Hoy también ha tenido frío, y espera como todas las noches que mañana al amanecer todo haya desaparecido.

Rosa Pastel


martes, 30 de septiembre de 2008

Hería de muerte

Ay! ojalá el color de las cortinas cambiara
para que en su mezcla con la luz,
pintara el cielo de otro tono
al menos los Domingos.

Que me ha dado miedo el roce de las suelas con el asfalto
Y es que lo escucho tan cerca,
como si fuera mi piel rompiéndose
El mismo sonido del roce de las sábanas
un sábado por la mañana
Contigo

Si nuevamente volvieran los aires tibios
de una respiración cercana,
Si cerquita volvieran los grillos
a arrullarme entre los insomnios
Esos aires tibios que a veces confundo
con tus manos revolviendo mi cabello húmedo
entre cada pesadilla

Ay que si predigo un beso,
Ahora que vengo malhería,
Torceré las horas para no encontrarme
Con quien quiere herirme nuevamente

Si sólo pudiera saber
De qué color serán sus ojos
Para no acercarme a la hora precisa
En que los mosaicos se amontonen en las aves
Y den el tono que sus alas necesitanpara emprender el vuelo

martes, 15 de julio de 2008

De antes. (Receta para volver a empezar)


para volver a empezar
tendría que rasgarme las ropas
a contrapunto
no tendría que volver el tiempo,
bastaría solamente con escribirte
diciendo que es invierno

Para volver a empezar
tendría que sacar los suéteres,
comenzar a destejerlos
regresar al estambre una lágrima por puntada
sin llorarte

para volver a empezar
tendría que envolver
una estrella en fuga
con capas doradas de papel para regalo
pero no esperarte

para volver
tendría que tomar todas las pelusas que hay en el aire
y secar con ellas
el piso de mi habitación ahogada
pero no respirarte

para volver a empezar
tendría que engañar al verano
dormirlo entre sábanas calientes
sofocarlo de nubes negras
atragantarlo de versos
diluirle unos cuantos terrones de azúcar
sin extrañar tu cuerpo

y habría que brindar cerrando los ojos,
esperar el solsticio,
que bajen los dioses
que nos digan que ya es la séptima vez
(que se nos agotó la suerte)


Volver octubre
Volver septiembre
Más bien
Julio
Para decirte que te llamaría
No
Mejor unos años,
Para no haberte mirado siquiera
Para no saber que existías
Y haber soltado el hilo que ahora
es el que te busca siempre


Para no sentir que yo a ti te conocía
De antes

¿Estarías entonces escrito en un papelito,
metido entre las galletas de la suerte?
¿esperando suspendido
entre las copas y bastos,
de la baraja de mi abuela?
o en los granos que reposan
en mi taza de mi café…

para empezar todo de nuevo
tendría que volver al sitio
donde se sostienen las estrellas,
donde se cuelgan las estaciones mientras esperan
mirando el calendario
a que llegue su día

tendría que hacer una estrella a un lado
otra para arriba

otra un poquito más abajo
cambiar de signo
para que no haya forma de conjugarnos

desde el vientre,
susurrarle en voz baja a mi madre
cuando duerma
y hacerle entender que mientras pueda,
debe despertarme de cualquier sueño
antes de que vea tu rostro,
de cualquier sueño
en el que pueda nombrarte


para volver a empezar
tendría que rasparle al corazón
las capas negras de amargura
enterrarme las uñas en el pecho
y urgar en lo más profundo
para ver si aun existen aquellas luces
que nos despertaban en la mirada los amaneceres

Pero sé que no hay forma.
Estás entretejido en mis cabellos
Tu aroma ha impregnado todos los tendederos
Llegas siempre con cada mediodía
Una y otra vez
Siempre puntual

Para volver a empezar
Es demasiado tarde.

No hay forma de volver el tiempo,
Nadie nos revelaría ese secreto
A nosotros no.
Que nos quedamos tendidos
con los ojos abiertos esperando la muerte,
que le oímos los pasos
y le vimos la sombra bajo la puerta,
Y nos quedamos quietos

Nadie, volvería el tiempo para nosotros.
Estamos condenados a saber que nunca
Podremos empezar de nuevo.





sábado, 28 de junio de 2008

Después de la jornada


Gonzalo abre la puerta y al dejar el saco sobre la mesa, mira el cenicero desbordándose. Uno de los escalofríos que acostumbra recorrerle la espalda cuando algo se acerca, lo hace ir directamente a la cocina. Hay una pila de trastes sucios. Se acerca a la habitación con pasos lentos para no hacer ruido, aún cuando presiente que no hay nadie en la casa.
Los tacones negros no están bajo la cama, y antes de abrir el closet desea con todas su fuerzas que la ropa de ella se encuentre allí.
El ruido de la llave en la puerta lo paraliza. ¡Ah, ya llegaste! Fui a comprar huevos. ¿Cómo te fue hoy?
Y el olor de la lluvia y esa voz tan cotidiana, le devuelven siempre otra vez la calma.

lunes, 7 de abril de 2008

En esta esquina

¿Ya viste?, afuera el invierno teje cristales en el vidrio de la ventana y tú sigues ahí acostado a pesar de que ya es mediodía. No soporto el frío. Me recostaría junto a ti, pero sabes que no me serviría de nada, tu cuerpo nunca me dará el calor que necesito.

Nos acuchillamos silenciosamente al mirarnos, desangramos nuestras heridas clavando palabras, restregándonos mentiras, y las paredes blancas de la habitación, se salpicaron de orgullo y recuerdos muy lejanos.
De verdad Antonio, te juro que no me importaría que durmieras con otra. Pienso que ella no disfrutará tu espalda escamosa y despellejada, tus hombros hundidos, tu cuello resquebrajado y tus labios ya descarnados que yo misma desgasté con los míos.
Desde esta esquina de la cama te ves diferente. Tal vez llene este vacío que siento y me da náuseas con tus recuerdos rojos que escurren del marco de la ventana, lo recuerdos que arranqué de tu cabeza de un solo tajo.
Te miré como cuando uno se mira sin reconocerse en un espejo a la media noche. Mi propia imagen distorsionada por la espesa oscuridad, te miré como cuando uno le teme a su propio reflejo: te miré con el terror que nace cuando te das cuenta que algo ya no se mueve.
Pareciera que ahora el invierno se ha entretejido en tu piel, y los morados atardeceres dormitaran entre las hojas que juegan sobre tu espalda arañada. En esta esquina tendrás menos frío, aquí, entre las sábanas de tierra. Te dejo, te dejo solo, sólo con lo que quedó de ti. ¿Cuándo fue que comenzamos a matarnos?, ¿que sin darme cuenta y sin detenerme comencé a matarte lentamente?
Amanda Cárdenas

miércoles, 2 de abril de 2008

Mujer sostenida por alfileres


Las mariposas secas que cuelgan de la pared, observan sin desempolvarse el ya viejo ritual en la cama. Clavadas con alfileres imaginan las dolorosas punzadas en el vientre de ella. Imaginan lo que está sintiendo, recuerdan ese dolor.
Las mariposas se acostumbran a todo ese tedio atrapado entre las paredes azules. Los trajes carcomidos en el ropero fingen que duermen. Ella permanece inerte en la cama mirando el techo liso, blanco; no hay bordes ni texturas qué convertir en pájaros, en nubes, o en serpientes. No hay objetos ni formas que le den imágenes para escapar. Su sangre se hace más pesada, ya no mueve las pupilas, no parpadea; se pierde en un mismo punto del techo, en la nada.
Con el vaivén de sus cuerpos, se le desprenden las alas; caen secas entre las sábanas ásperas, el sudor le carboniza la piel y tras las ventanas, parece que comenzará a llover. En su cuerpo, entra el rencor como el veneno del escorpión que la mata lentamente. Quisiera ver una puerta abierta, una luz entre los poros brillantes de las mariposas, una ventana en el desapego de sus alas…
Sus manos como ramas secas, se aferran a ella en el último estremecimiento; temblores como témpanos de hielo, atardeceres enrojecidos y los párpados como cerrojos. Entre las palpitaciones que guarda su pecho, están los aleteos de las mariposas que se van.

Se hace a un lado sin mirarla, afuera llueve, y el golpeteo de las gotas en la ventana interrumpe la danza de los escorpiones que acribillan sus sueños. Escucha de nuevo los insectos escarbando las paredes, mira las mariposas quietas en sus cajas de vidrio. Hay telarañas que le tejen la espalda a la sábana. Balbuceando él le pregunta si ayer vino el camión del gas. Antes de responder, él ya duerme sin saber que una vez más, ella ya está muerta.


sábado, 29 de marzo de 2008

Me falta sur

Para Emilia, Rubén, Laura,
Kuky y Conrado


Olvidamos el fuego bajo el yugo blanco del invierno
Amnesia que recorre junto al viento
la orilla de un mar caleidoscópico

Olvidamos el fuego cuando el viento nos azota la cara
cuando son los veleros los que hacen sombra
durante las noches superpuestas
Porque creíamos que existía un final
cuando en realidad aquí solamente empieza todo,
justo donde el bosque bordea las montañas

Hay una cholga que abre el graznido de las gaviotas
un lento crujir de los pasos sobre la orilla de rocas

Las montañas como olihuayas
miran fijamente el cielo
puntas de flecha
sólo queda un azul irreal
que es la extensión de nuestros cables fugitivos
y la tonada de la milonga que componen los glaciares
cuando se deslizan

Y después de abrir los ojos en el lento correr de la tarde,
me quedan sólo los veleros somnolientos
lejos de la orilla

viernes, 28 de marzo de 2008

Historias de príncipes y renacuajos


Hay un estanque del que nacen todos los príncipes. Hechizados, condenados a respirar confundidos el lodo y la viscosidad del musgo; duermen entre las piedras lisas. La luna sin querer, los despierta con el goteo de sus lágrimas en la superficie del estanque; ondea su dolor para arrullarlos y volverlos a su sueño. Caen sombras con el bailoteo de las plantas.
Noche tras noche, cierran sus enormes y saltones ojos para no hacer trampa, para poder despertar al día siguiente con otra pata, con otra mano que les permita arrastrarse fuera de ese frío barro. Esperan despertar con otro corazón más grande.

Los renacuajos se cuentan historias que escriben detrás de las hojas verdes, esperando que una mujer las encuentre y pronuncie las palabras que rompan su hechizo. Ellos cuentan los días agrietando los árboles, carcomen los carrizos lentamente; esperan secándose bajo el sol, el caudal de un río que desemboque en puro olvido.
Amanda Cárdenas

lunes, 24 de marzo de 2008

Pasos en la azotea

Es la tercera noche que él no llega a dormir. Decido no esperarlo despierta esta vez. Pongo el separador en el libro antes de cerrarlo y lo coloco en la mesita de noche. Apago la lámpara y la habitación queda iluminada por las pocas luces de la calle.
El intentar dormir no era más que una excusa para evitar pensar dónde andaría el Omar. Posiblemente la primera noche cerca de la cantina de Don Chuy, completamente perdido. Y quizá conocería a una tal Sandy o Linda, Vicky, Isabela o Mily, sí, tal vez a esta última; y tendría unos ojos grandes, verdes, casi amarillos. Entonces el Omar, pa´ como es, no se resistiría a los sutiles contoneos de la Mily ésa. Pobre del Omar, ya para el segundo día de segurito lo habría dejado, y después de una serie de intentos fallidos por conquistar a alguna otra, se decepcionaría de él mismo y sentiría lastimado su orgullo de macho. Y ahora sí, de nuevo cerca de Don Chuy, y quizá su decepción sería tan grande que terminaría tirado en algún basurero.
Lo peor es que no puedo reclamarle nada. Porque ésos, los que son como el Omar, no tienen dueña, no quieren permanecer en un mismo lugar. Lo supe desde que lo conocí, con esos ojos azules, a veces grises que siempre que los miro, me recuerdan que él no es de nadie. No tiene sentido que lo espere despierta, aún así, si llega; está prohibido preguntar.
Lo imagino caminando por las calles, indiferente a las luces de los coches y a las bocinas de los carros. Buscará caricias, porque las mías no son suficientes, y cuando se harte de que ninguna le haga caso y muera de hambre, volverá. Pinche Omar, siempre hace lo mismo.

Un ruido catastrófico me despierta sobresaltada, las cortinas se contonean al ritmo que les pone el viento, la noche, y la luna, ilumina los ojos brillantes del Omar. Con sus pasos tan suaves entra por el marco de la ventana y pisa los papeles que tengo en el escritorio sin que le importe, exige su comida y me deja así, preguntándome e imaginando los lugares por los que anda cada noche.
Amanda Cárdenas