lunes, 7 de abril de 2008

En esta esquina

¿Ya viste?, afuera el invierno teje cristales en el vidrio de la ventana y tú sigues ahí acostado a pesar de que ya es mediodía. No soporto el frío. Me recostaría junto a ti, pero sabes que no me serviría de nada, tu cuerpo nunca me dará el calor que necesito.

Nos acuchillamos silenciosamente al mirarnos, desangramos nuestras heridas clavando palabras, restregándonos mentiras, y las paredes blancas de la habitación, se salpicaron de orgullo y recuerdos muy lejanos.
De verdad Antonio, te juro que no me importaría que durmieras con otra. Pienso que ella no disfrutará tu espalda escamosa y despellejada, tus hombros hundidos, tu cuello resquebrajado y tus labios ya descarnados que yo misma desgasté con los míos.
Desde esta esquina de la cama te ves diferente. Tal vez llene este vacío que siento y me da náuseas con tus recuerdos rojos que escurren del marco de la ventana, lo recuerdos que arranqué de tu cabeza de un solo tajo.
Te miré como cuando uno se mira sin reconocerse en un espejo a la media noche. Mi propia imagen distorsionada por la espesa oscuridad, te miré como cuando uno le teme a su propio reflejo: te miré con el terror que nace cuando te das cuenta que algo ya no se mueve.
Pareciera que ahora el invierno se ha entretejido en tu piel, y los morados atardeceres dormitaran entre las hojas que juegan sobre tu espalda arañada. En esta esquina tendrás menos frío, aquí, entre las sábanas de tierra. Te dejo, te dejo solo, sólo con lo que quedó de ti. ¿Cuándo fue que comenzamos a matarnos?, ¿que sin darme cuenta y sin detenerme comencé a matarte lentamente?
Amanda Cárdenas

miércoles, 2 de abril de 2008

Mujer sostenida por alfileres


Las mariposas secas que cuelgan de la pared, observan sin desempolvarse el ya viejo ritual en la cama. Clavadas con alfileres imaginan las dolorosas punzadas en el vientre de ella. Imaginan lo que está sintiendo, recuerdan ese dolor.
Las mariposas se acostumbran a todo ese tedio atrapado entre las paredes azules. Los trajes carcomidos en el ropero fingen que duermen. Ella permanece inerte en la cama mirando el techo liso, blanco; no hay bordes ni texturas qué convertir en pájaros, en nubes, o en serpientes. No hay objetos ni formas que le den imágenes para escapar. Su sangre se hace más pesada, ya no mueve las pupilas, no parpadea; se pierde en un mismo punto del techo, en la nada.
Con el vaivén de sus cuerpos, se le desprenden las alas; caen secas entre las sábanas ásperas, el sudor le carboniza la piel y tras las ventanas, parece que comenzará a llover. En su cuerpo, entra el rencor como el veneno del escorpión que la mata lentamente. Quisiera ver una puerta abierta, una luz entre los poros brillantes de las mariposas, una ventana en el desapego de sus alas…
Sus manos como ramas secas, se aferran a ella en el último estremecimiento; temblores como témpanos de hielo, atardeceres enrojecidos y los párpados como cerrojos. Entre las palpitaciones que guarda su pecho, están los aleteos de las mariposas que se van.

Se hace a un lado sin mirarla, afuera llueve, y el golpeteo de las gotas en la ventana interrumpe la danza de los escorpiones que acribillan sus sueños. Escucha de nuevo los insectos escarbando las paredes, mira las mariposas quietas en sus cajas de vidrio. Hay telarañas que le tejen la espalda a la sábana. Balbuceando él le pregunta si ayer vino el camión del gas. Antes de responder, él ya duerme sin saber que una vez más, ella ya está muerta.