sábado, 29 de marzo de 2008

Me falta sur

Para Emilia, Rubén, Laura,
Kuky y Conrado


Olvidamos el fuego bajo el yugo blanco del invierno
Amnesia que recorre junto al viento
la orilla de un mar caleidoscópico

Olvidamos el fuego cuando el viento nos azota la cara
cuando son los veleros los que hacen sombra
durante las noches superpuestas
Porque creíamos que existía un final
cuando en realidad aquí solamente empieza todo,
justo donde el bosque bordea las montañas

Hay una cholga que abre el graznido de las gaviotas
un lento crujir de los pasos sobre la orilla de rocas

Las montañas como olihuayas
miran fijamente el cielo
puntas de flecha
sólo queda un azul irreal
que es la extensión de nuestros cables fugitivos
y la tonada de la milonga que componen los glaciares
cuando se deslizan

Y después de abrir los ojos en el lento correr de la tarde,
me quedan sólo los veleros somnolientos
lejos de la orilla

viernes, 28 de marzo de 2008

Historias de príncipes y renacuajos


Hay un estanque del que nacen todos los príncipes. Hechizados, condenados a respirar confundidos el lodo y la viscosidad del musgo; duermen entre las piedras lisas. La luna sin querer, los despierta con el goteo de sus lágrimas en la superficie del estanque; ondea su dolor para arrullarlos y volverlos a su sueño. Caen sombras con el bailoteo de las plantas.
Noche tras noche, cierran sus enormes y saltones ojos para no hacer trampa, para poder despertar al día siguiente con otra pata, con otra mano que les permita arrastrarse fuera de ese frío barro. Esperan despertar con otro corazón más grande.

Los renacuajos se cuentan historias que escriben detrás de las hojas verdes, esperando que una mujer las encuentre y pronuncie las palabras que rompan su hechizo. Ellos cuentan los días agrietando los árboles, carcomen los carrizos lentamente; esperan secándose bajo el sol, el caudal de un río que desemboque en puro olvido.
Amanda Cárdenas

lunes, 24 de marzo de 2008

Pasos en la azotea

Es la tercera noche que él no llega a dormir. Decido no esperarlo despierta esta vez. Pongo el separador en el libro antes de cerrarlo y lo coloco en la mesita de noche. Apago la lámpara y la habitación queda iluminada por las pocas luces de la calle.
El intentar dormir no era más que una excusa para evitar pensar dónde andaría el Omar. Posiblemente la primera noche cerca de la cantina de Don Chuy, completamente perdido. Y quizá conocería a una tal Sandy o Linda, Vicky, Isabela o Mily, sí, tal vez a esta última; y tendría unos ojos grandes, verdes, casi amarillos. Entonces el Omar, pa´ como es, no se resistiría a los sutiles contoneos de la Mily ésa. Pobre del Omar, ya para el segundo día de segurito lo habría dejado, y después de una serie de intentos fallidos por conquistar a alguna otra, se decepcionaría de él mismo y sentiría lastimado su orgullo de macho. Y ahora sí, de nuevo cerca de Don Chuy, y quizá su decepción sería tan grande que terminaría tirado en algún basurero.
Lo peor es que no puedo reclamarle nada. Porque ésos, los que son como el Omar, no tienen dueña, no quieren permanecer en un mismo lugar. Lo supe desde que lo conocí, con esos ojos azules, a veces grises que siempre que los miro, me recuerdan que él no es de nadie. No tiene sentido que lo espere despierta, aún así, si llega; está prohibido preguntar.
Lo imagino caminando por las calles, indiferente a las luces de los coches y a las bocinas de los carros. Buscará caricias, porque las mías no son suficientes, y cuando se harte de que ninguna le haga caso y muera de hambre, volverá. Pinche Omar, siempre hace lo mismo.

Un ruido catastrófico me despierta sobresaltada, las cortinas se contonean al ritmo que les pone el viento, la noche, y la luna, ilumina los ojos brillantes del Omar. Con sus pasos tan suaves entra por el marco de la ventana y pisa los papeles que tengo en el escritorio sin que le importe, exige su comida y me deja así, preguntándome e imaginando los lugares por los que anda cada noche.
Amanda Cárdenas